Sobre hadas, duendes y demonios
Escrito por
@KOPSI
Cuando somos niños, nos aferramos a la existencia de hadas y duendes. Ese mundo de la fantasía donde todo es posible. En el que los deseos se cumplen con esporádicas apariciones de seres que, simplemente agitando una varita que con su cola de estrellas transforma las cosas, las adecua a las imágenes mentales que tenemos de ellas.
Nuestras mentes no contaminadas imploran en silencio la aparición de esas mágicas criaturas con forma angelicalmente humana, para ver concretados nuestros deseos y sueños.
Ninguna contrariedad nos hace perder la ilusión de verlas. Ningún razonamiento con adultos nos convence acerca de su no existencia.
Nos hacemos carne de los cuentos infantiles en los que se pregonan reinos fantásticos, de los que somos las hermosas princesas, si somos niñas. Los varones son bravos caballeros montados en soberbios caballos blancos, con relucientes armaduras. Combaten el mal. Son los vencedores de cualquier batalla. No existen, sean niñas o varones, misiones imposibles, sueños irrealizables.
Los duendes, por otra parte, se nos aparecen como minúsculas personitas, pícaras, traviesas, juguetonas. Son más pequeños que nosotros, los niños, pero tienen poderes para transformar las cosas, o alegrar nuestras tristezas.
Tienen siempre ideas fabulosas que nos permiten, en el reino de la fantasía, superar todos los obstáculos. En nuestros imaginarios paseos por el bosque nos procuran alimento y abrigo. Encontrar los senderos perdidos, rescatándonos de situaciones peligrosas. Nos sugieren soluciones a problemas del momento.
Así, entre hadas y duendes, en el frondoso e infantil mundo imaginario, las cosas están bastante acomodadas y resueltas. Ese mundo ideal donde nosotras, las princesas, somos rescatadas por bravos y apuestos caballeros. Merecedores de nuestra amistad y amor.
Pasadas las horas de juego, nuevamente nos dirigimos a la mesa familiar, donde debemos comportarnos educadamente, habiéndonos lavado previamente las manos y la cara. En la sobremesa, suele ocurrir que se nos pregunte acerca del rendimiento que demostramos en la Escuela a la que concurrimos. No interesa tanto el relato de las dificultades, como sus soluciones.
No podemos sumergirnos en el mundo de nuestros sueños, porque nuestras respuestas son esperadas. Es un intento de participación familiar, donde cada integrante tiene su espacio. No podemos implorar en silencio la aparición de un milagroso hada o duende que nos dicte lo que debemos decir. Deben ser nuestras respuestas y son nuestros silencios los que nos delatan.
Así pasan nuestras infancias, entremezclando los mundos fantástico y real. Asomamos nuestras narices a la adolescencia, donde pensar en hadas y duendes se convierte en algo cómico. Creemos que somos absolutamente autosuficientes, casi adultos si no fuese porque nuestra edad cronológica no nos acompaña. Apuramos el paso del tiempo, con impaciencia, esperando la mayoría de edad.
Ya adultos, rememoramos esas hadas y duendes salvadores, providenciales, que alegraban nuestros juegos y realidades. Y ansiamos tenerlos disponibles porque son ahora los demonios los que nos agrían la realidad.
Las dudas se nos presentan porque, a pesar de que instintivamente sabemos lo que debemos hacer, alguna vocecita “non sancta” nos susurra otro camino. Nos indica otro rumbo.
Los demonios nos acompañan al momento de equivocarnos y cuando rememoramos los errores. Son aquellos que ponen la dosis negativa en el vaso positivo.
Esos demonios que no se nos presentan como otrora las hadas y los duendes, porque viven en las sombras, amparados en nuestras flaquezas.
Cuando añoramos nuestras infancias con olor a tortas recién hechas, a tostadas con manteca, a humeante chocolate, con sensaciones de mimos y caricias, con sonidos de cuentos y canciones, también evocamos a esos personajes salvadores de instancias problemáticas: Las hadas y los duendes. Y quisiéramos erradicar a los demonios que, en nuestra adultez, nos torturan... en la medida en que se lo permitamos.
Nuestras mentes no contaminadas imploran en silencio la aparición de esas mágicas criaturas con forma angelicalmente humana, para ver concretados nuestros deseos y sueños.
Ninguna contrariedad nos hace perder la ilusión de verlas. Ningún razonamiento con adultos nos convence acerca de su no existencia.
Nos hacemos carne de los cuentos infantiles en los que se pregonan reinos fantásticos, de los que somos las hermosas princesas, si somos niñas. Los varones son bravos caballeros montados en soberbios caballos blancos, con relucientes armaduras. Combaten el mal. Son los vencedores de cualquier batalla. No existen, sean niñas o varones, misiones imposibles, sueños irrealizables.
Los duendes, por otra parte, se nos aparecen como minúsculas personitas, pícaras, traviesas, juguetonas. Son más pequeños que nosotros, los niños, pero tienen poderes para transformar las cosas, o alegrar nuestras tristezas.
Tienen siempre ideas fabulosas que nos permiten, en el reino de la fantasía, superar todos los obstáculos. En nuestros imaginarios paseos por el bosque nos procuran alimento y abrigo. Encontrar los senderos perdidos, rescatándonos de situaciones peligrosas. Nos sugieren soluciones a problemas del momento.
Así, entre hadas y duendes, en el frondoso e infantil mundo imaginario, las cosas están bastante acomodadas y resueltas. Ese mundo ideal donde nosotras, las princesas, somos rescatadas por bravos y apuestos caballeros. Merecedores de nuestra amistad y amor.
Pasadas las horas de juego, nuevamente nos dirigimos a la mesa familiar, donde debemos comportarnos educadamente, habiéndonos lavado previamente las manos y la cara. En la sobremesa, suele ocurrir que se nos pregunte acerca del rendimiento que demostramos en la Escuela a la que concurrimos. No interesa tanto el relato de las dificultades, como sus soluciones.
No podemos sumergirnos en el mundo de nuestros sueños, porque nuestras respuestas son esperadas. Es un intento de participación familiar, donde cada integrante tiene su espacio. No podemos implorar en silencio la aparición de un milagroso hada o duende que nos dicte lo que debemos decir. Deben ser nuestras respuestas y son nuestros silencios los que nos delatan.
Así pasan nuestras infancias, entremezclando los mundos fantástico y real. Asomamos nuestras narices a la adolescencia, donde pensar en hadas y duendes se convierte en algo cómico. Creemos que somos absolutamente autosuficientes, casi adultos si no fuese porque nuestra edad cronológica no nos acompaña. Apuramos el paso del tiempo, con impaciencia, esperando la mayoría de edad.
Ya adultos, rememoramos esas hadas y duendes salvadores, providenciales, que alegraban nuestros juegos y realidades. Y ansiamos tenerlos disponibles porque son ahora los demonios los que nos agrían la realidad.
Las dudas se nos presentan porque, a pesar de que instintivamente sabemos lo que debemos hacer, alguna vocecita “non sancta” nos susurra otro camino. Nos indica otro rumbo.
Los demonios nos acompañan al momento de equivocarnos y cuando rememoramos los errores. Son aquellos que ponen la dosis negativa en el vaso positivo.
Esos demonios que no se nos presentan como otrora las hadas y los duendes, porque viven en las sombras, amparados en nuestras flaquezas.
Cuando añoramos nuestras infancias con olor a tortas recién hechas, a tostadas con manteca, a humeante chocolate, con sensaciones de mimos y caricias, con sonidos de cuentos y canciones, también evocamos a esos personajes salvadores de instancias problemáticas: Las hadas y los duendes. Y quisiéramos erradicar a los demonios que, en nuestra adultez, nos torturan... en la medida en que se lo permitamos.
Comentarios
@QUIQUERAF
07/01/2007
sonaste Sara, por el título digo, hay propiedad privada sobre esas palabras según el MSN de la Real academia española....................
@QUIQUERAF
08/01/2007
Señora, no le tengo miedo a las aguas profundas porque se que son eso AGUAS PROFUNDAS y se nadar, le tengo miedo a la gente que se cree profunda y no llegan ni a la superficie.Un gusto.-
@MABE
08/01/2007
Tengo muchas ganas de leer tu próximo texto optimista.
(me voy a revisar atrás de las macetas para ver si se esconde un duende)
Besooos
Mabel
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