¿Y si pudiéramos reiniciar la vida, como si fuera la compu?

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@ALELYX

09/10/2007#N17934

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¿Y si pudiéramos reiniciar la vida, como si fuera la compu?

A veces, las metáforas informáticas son útiles para enfrentar la rutina: atascados con un problema. Quizá se pueda resetear, volver a formatear, cambiar la fecha de inicio.


Comienza el curso en este hemisferio desde el que escribo. Se suceden las diversas rentrées (laboral, escolar, política...) y, junto con ellas, el anuncio de que las cosas vuelven a empezar. Pero quizá dicho anuncio diste mucho de ser obvio. Intentemos analizarlo, empezando por sus mismas palabras. En definitiva, ¿a qué denominamos empezar? ¿A empezar de nuevo? Y eso ¿significa completamente de nuevo?


Procuraré mostrar el alcance de mis dudas por medio de una comparación. La expectativa de empezar de nuevo se parece bastante a la expectativa que tenemos cuando reiniciamos la computadora. De la misma manera que, cuando se nos presenta una pequeña dificultad informática que no sabemos cómo resolver, procedemos a reiniciar, en la confianza de que tal operación nos permita eliminar aquello —y sólo aquello— que nos molestaba, así también en nuestra vida a menudo nos encontramos inmersos en situaciones problemáticas que admiten un tipo de solución perfectamente individualizada.


Pero no todo es siempre tan simple. También puede ocurrir que los problemas que nos plantea la computadora no queden solucionados de esa manera. En tales casos, quizá convenga intentar una operación algo más complicada, que pudiera servirnos de paso para prolongar la metáfora. Porque otra posibilidad es la de restaurar el sistema, y hacerlo con una fecha concreta, de manera que nos veamos devueltos a la situación en la que estábamos en un momento determinado. Resolveremos el problema que pudiéramos haber tenido pero, al mismo tiempo, perderemos el trabajo que hayamos hecho a partir de ese punto.


Se diría que el paralelo de esta situación en la vida son todos aquellos casos en los que consideramos que una decisión equivocada ha provocado un perjuicio cuyos efectos se han prolongado a lo largo del tiempo.


Pero todavía cabe ir más allá con el paralelismo. A muchos nos ha ocurrido que cuando tenemos un problema realmente severo con la computadora, algún presunto experto nos propone formatearlo. Formatear la computadora implica asumir que hay algo estructural que no está bien, algo que va mucho más allá de un problema contingente que se volatilizaría con un mero reinicio que lo deja todo como está o con una restauración que echaría al traste una parte de nuestro trabajo. Buena prueba de la mayor trascendencia de esta tercera operación es que, en ocasiones, tras el formateo, el usuario aprovecha para cambiar el sistema operativo (pasándose al Windows Vista, cuando no al Linux, etc.). Estamos por tanto ante un volver a empezar mucho más radical, que reconoce la existencia de un problema que ha terminado por afectar al propio dispositivo, a la propia maquinaria (personal o informática).


Pues bien, reiniciar es como arrepentirse sin más. Simboliza el gesto de quien se esfuerza por hacer como si nada hubiera pasado (de hecho, hay gente que se excusa diciendo "no ha pasado nada"), sin perseguir mayores cuestionamientos. Al restaurar, en cambio, desencadenamos ya una batalla contra el propio devenir. Quien lamenta una decisión pasada y declara su voluntad de recuperar el tiempo perdido (o similares: vivir la vida, experimentar lo que se ha perdido, etc.), está reconociendo que aquel error puntual desplegó sus consecuencias, a la vez que alimenta la fantasía de dar por no vivido aquel segmento, reemplazándolo por uno nuevo.


Formatear, en fin, es correr un riesgo de signo incierto, porque siempre cabe la posibilidad de que terminemos por comprobar que, tras el formateo, nada ha quedado resuelto.


En el fondo, el asunto que todas estas metáforas están señalando sin acabar de nombrar atañe a uno de los elementos más básicos, más estructurales de la vida humana. Me refiero a la irreversibilidad (que comporta la imposibilidad de volver a punto alguno del pasado). Quizá por ello lo más clarificador sea finalizar este texto envolviendo las metáforas precedentes en otra, de diferente signo, pero análogo contenido.


Me refiero a la metáfora de la salud. Cuando uno es joven y experimenta algún malestar físico, acude al médico, el cual —utilizando unos conocimientos específicos— consigue devolvernos al mismo estado en que nos encontrábamos antes de entrar en su consulta. O sea que bien pudiéramos decir que el médico nos reinicia. Conforme la juventud va quedando atrás, cada vez se nos hace más difícil recuperar la salud originaria. Suelen sucederse los propósitos de restauración, haciendo limpieza de malos hábitos y otros desórdenes de la conducta, propósitos que, tras algún éxito inicial, dejan paulatinamente de alcanzar sus objetivos.


Se desemboca así en el tercer momento, que podría venir representado por esa etapa en la que incluso puede darse el caso de que, tras unos cuantos formateos fallidos, necesitemos sustituir piezas del propio hardware (no quisiera resultar desagradable, pero los hechos son los hechos: se suele empezar por los dientes y se termina por la rodilla o la cadera, cuando no por el corazón, el riñón u otro órgano). Hasta que, al final, una voz autorizada nos espeta, medio en serio, medio en broma, lo que hubiéramos deseado no tener que oír nunca: "deberíamos cambiarle todo el cuerpo, pero ahora, de momento, no disponemos de ninguno. Habrá que esperar". Y nos ponemos tristes, claro. Definitivamente, la realidad habita fuera de las metáforas.

Manuel Cruz FILOSOFO, DOCENTE UNIVERSIDAD DE BARCELONA

 

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