Internet es una fiesta de disfraces adonde todos asisten vestidos de lo que les gustaría ser. Y entre tanta careta y careta, no podemos verles la comisura de la boca salpicada de baba a los mogólicos ocultos.
Es la mujer que conoce a un hombre por internet y se desayuna en plena cita que está acompañada de un inútil de mierda. Es el tipo que sale con una mina y no sabe como matarla sin ir preso.
Internet le abrió las puertas a los pelotudos, y les dio abrigo y comida. Y como todos sabemos, llegaron para quedarse, y solo nos queda hacer un luto silencioso, de aceptación y resignación. Un suspiro profundo, una persignación religiosa, de aquel que baja de un tanque de guerra a pelear por su vida.
Y aun así, estamos desprotegidos. Porque un hijo de puta, un chorro, una mala persona, te roba a tu novia, te miente, o te engaña. Pero un pelotudo, no se da cuenta y deja el gas prendido y explota todo un edificio.
Los daños ocasionados por mala gente, son en su gran mayoría reparables. Sin embargo, los daños realizados por pelotudos son inexorables e incurables.
Por eso hay que estar más alerta que nunca. Caminar con una mano delante y otra detrás.
Arriba, arriba nuestro, valga la redundancia, deben estar los marcianos, agarrándose de la ropa para no caerse de la risa, mirando cómo pasan los años, estrenamos películas, inventamos curas para enfermedades antes letales, y se puede comprar una pizza por internet, pero el pelotudo que la reparte maneja mal y llega chorreada y fría.
Si te queres, si queres a la humanidad, torce tu cabeza por sobre tus hombros y sincérate. Mira a los ojos a esa persona que se sospecha boluda y deciselo, advertiselo, si no es por vos, es por mí, por tu familia, y por todos los que estaban trabajando en el edificio que el pelotudo va a explotar algún día.