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La foto es elocuente y tiene un equilibrio curioso. El arabesco perfecto que forma ese abrazo de las mujeres como un lazo de crochet, y el remate de la pelota en manos de la piba. Los dos pilares varoniles a los lados. Grasa el de la izquierda y casi femenino en su delicadeza el otro. En par dialéctico como las dos máscaras del teatro. El agua de laguna que de tan pesada y quieta parece plomo fundido. Todo habla, pero por sobretodo las miradas. La de él a la nada. La de la suegra en el centro, para adentro, sus ojos a lo oráculo.
Leo en un antiguo libro de técnica fotográfica en estudios, en un párrafo sobre imágenes de Primera Comunión: “…los ojos mirando al cielo, dejando ver la casi totalidad del blanco globo del ojo es la manera indicada de producir efectos religiosos o de éxtasis”
Las miradas en una foto lo resignifican todo.
Es sabido que una de las características de la iconografía soviética fue la de la mirada al horizonte. Aquella mirada esperanzada al futuro de la revolución que contenía cada grabado.
En ese domingo argento de ocio la mirada inconmensurable del flaco parece expresar sin saberlo nuestra módica utopía cuentapropista.