" EL MAL" (TUPINAMBIS)

Escrito por
@TUPINAMBIS

21/02/2005#N5210

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Ambos seres coincidían.
Hacía rato que el dálmata giraba sobre su jergón ubicado a escasos metros de su amo, que dormía plácidamente. Enseñado a no ladrar, gruñidos y colmillos a la vista acompañaban su intranquilidad.
El otro, deambulaba a su modo tentando, buscando; esa naturaleza dormida parecía adecuada y allí se yuxtapuso cuidadosamente, evitando el latente peligro de simbiosis. Ojalá lo lograra en el primer intento.

El hombre despertó sintiendo algo extraño. Vaciló unos momentos revisando la situación y comprobó que no era una pesadilla. Porque estaba seguro de estar despierto.
A pesar de no poder moverse, de no poder siquiera abrir los ojos, tenía conciencia de su lucidez; tenía la sensación, la certeza de estar despierto.
Su pensamiento luchó lo que pudo para recobrar la motricidad, hasta entender que había perdido el dominio de su cuerpo. Confundiéndose con el temor, una sensación característica, única, totalmente nueva, que su mente identificó de inmediato con "el mal" colmaba de angustia su respuesta.
Intentó recordar las palabras de un salmo bíblico, que había recitado a menudo en su niñez con ánimo de invocar protección, pero su memoria no respondía.
¡Su memoria no respondía! -la angustia iba en incremento- Ahora peligraba también su mente. No entendía cómo se daba cuenta, pero su instinto le indicaba que su mente seguía el destino de su cuerpo.
De una manera extraña y muy difícil de describir, su pensamiento esquivaba confusiones y olvidos buscando, intentando evocar algo, cualquier cosa; presentía que esa sensación del mal que había tomado su cuerpo, acabaría en cualquier momento con el destello de su conciencia, último bastión de su ser.
A punto de desesperar acudió a su memoria un poema en cuya fuerza confió para salir de esa situación. Asido a los retóricos vaivenes, recitó mentalmente los versos conocidos, cual pudiera un cristiano fervoroso el propio padrenuestro; tratando de hablar, tratando... y de pronto logró exhalar sonido. Supo al instante que había recobrado sus capacidades.
Por precaución encendió el velador unos segundos en simbólico acto. La luz después de la voz, remataba en esa madrugada la suerte de la lucha, de su triunfo o de su escape.
No voy a magnificar la situación -se dijo- Estaba durmiendo y me desperté; esto es sólo un ruido más y no le llevo el apunte a los ruidos.
Decidió continuar durmiendo. Mañana vería.

No todos los seres duermen o viven del mismo modo. A solas ahora con su amo que acababa de encender y apagar la luz, suspendido el gruñido, el dálmata paraba las orejas; la falta de estímulo concluyó por deslizarlo en vigilante sueño.


Había transcurrido un par de años cuando volvió a despertar de aquel extraño modo; totalmente inmóvil, sintiendo algo maligno. Recitó mentalmente el mismo poema que recordó la vez primera, cuando aún tenía a su perro, antes de mudarse y dejarlo con unos amigos a quienes visitaba con frecuencia. Los versos devenidos oración protectora, fueron su modo de recobrar el control sobre su físico.
Y la experiencia se repitió muchas veces.
A medida que se acostumbraba al fenómeno iba perdiendo el temor. Y prefería no hablar de ello, puesto que sabía la extrañeza que causaba en los demás. Ya daba la impresión de ser extraño sin eso.


Yuxtaponerse en el mismo lugar se estaba volviendo una costumbre, facilitada por la ausencia del cánido. Si bien en varias oportunidades fue expulsado en el primer intento, la resistencia había ido mermando. O su habilidad era más invasiva. Pero en esta ocasión un serio contratiempo era motivo de alarma. No podía salir. ¿Principio de simbiosis...? Normalmente el anfitrión lo evitaba con su repulsa.
Repetía los intentos y nada. La cosa no se presentaba bien aspectada. Una invisible desesperación desarrollaba desconocidos temores. La simbiosis irreversible significaba prisión y confusión a perpetuidad. Recorrió infructuosamente sinapsis y humores, tejidos y durezas... sentíase descomponer en oscuridades ignotas, licuarse, disolverse, y cada vez más todo estaba lleno de olvido. En un solo desesperado impulso, logró arracimar la última coherencia de su ser: ¡Salir!

Querían salir. Topaban contra los límites de sus jaulas, cada quien a su modo.
Desde el patio, las visitas eran conducidas hasta la sala especial, donde una reja separaba al interno del resto por seguridad. Habían traído su dálmata con ánimo de alegrarlo, aunque las autoridades del hospicio informaran que no daba muestras de reconocer a nadie.
Así fue. Sumido en su enajenación, sólo pedía salir; totalmente desesperado, sólo quería salir. No dio muestras de reconocer a su perro, a quien visitaba a menudo antes de su desplome síquico. Tampoco el agazapado dálmata a su ex-dueño, ya que ante la sorpresa de no todos los presentes, gruñía mostrando sus colmillos.

 

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