MI CASA
Escrito por
@KUKYONLINE
Mi casa
Cuando tenía ocho años, fui desafiado por mi maestra para describir ante mis compañeros cómo era mi casa: “Bueno, para entrar en mi casa es requisito indispensable el tener alas, porque la única entrada es por el gran ventanal que da al primer piso a la calle. La salida en cambio es por una puerta común y corriente pues el living es demasiado angosto y no hay lugar para tomar el envión necesario que se requiere para el más modesto de los despegues. Tenemos también una mesa mágica...” A esa altura de mi exposición desaparecí del aula siguiendo a mi oreja izquierda, que había quedado atrapada entre el índice y el pulgar de la tierna mano de la señorita Dora. “¡Repítaselo ahora al padre Rector!”. Coloqué mis orejas a una misma altura, me alineé un poco y satisfice de inmediato el pedido: “Bueno, para entrar en mi casa es requisito indispensable el tener alas...” Tanto gustó mi sencilla descripción, que tuve que repetirla frente a la psicopedagoga, a tres monjas, al presidente de la cooperadora, al consejero escolar, al cura Antonio, y hasta a un policía que por ahí pasaba. Y todos coincidieron en que debían acompañarme hasta mi casa, seguro que para conocerla y además porque querían hablar de no sé qué cosa con mi papá. Pero los pobres se tuvieron que conformar con dialogar a gritos desde la vereda, porque para entrar en mi casa, es requisito indispensable el tener alas... y por supuesto, ninguno de ellos tenía unas.
ANA COSTA
Cuando tenía ocho años, fui desafiado por mi maestra para describir ante mis compañeros cómo era mi casa: “Bueno, para entrar en mi casa es requisito indispensable el tener alas, porque la única entrada es por el gran ventanal que da al primer piso a la calle. La salida en cambio es por una puerta común y corriente pues el living es demasiado angosto y no hay lugar para tomar el envión necesario que se requiere para el más modesto de los despegues. Tenemos también una mesa mágica...” A esa altura de mi exposición desaparecí del aula siguiendo a mi oreja izquierda, que había quedado atrapada entre el índice y el pulgar de la tierna mano de la señorita Dora. “¡Repítaselo ahora al padre Rector!”. Coloqué mis orejas a una misma altura, me alineé un poco y satisfice de inmediato el pedido: “Bueno, para entrar en mi casa es requisito indispensable el tener alas...” Tanto gustó mi sencilla descripción, que tuve que repetirla frente a la psicopedagoga, a tres monjas, al presidente de la cooperadora, al consejero escolar, al cura Antonio, y hasta a un policía que por ahí pasaba. Y todos coincidieron en que debían acompañarme hasta mi casa, seguro que para conocerla y además porque querían hablar de no sé qué cosa con mi papá. Pero los pobres se tuvieron que conformar con dialogar a gritos desde la vereda, porque para entrar en mi casa, es requisito indispensable el tener alas... y por supuesto, ninguno de ellos tenía unas.
ANA COSTA
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