La Cima del Orgullo.

Escrito por
@MIMISERFAI

12/06/2005#N5915

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La Cima del Orgullo.

He recorrido curiosos entornos en mi incesante caminar. He visto muchas cosas hermosas en este trayecto que es en sí mi propia vida. He cantado con las estrellas cuando en medio de la noche ninguna voz se oía cerca de mí. He conversado con la luna cuando, en ocasiones, nadie más me escuchó. He acariciado la tersura del viento, para pedirle que lleve muy lejos mis mensajes y el sabor de mis sentimientos, incluso a personas que nunca vi. He respirado la magia de la noche en medio del silencio de los bosques de tierras lejanas a la que me vio nacer.

También he escalado la cima de la montaña de mi orgullo. He aprendido que por elevada que sea, puedo superar su altivez.

¿De qué nos sirve el orgullo si se opone a nuestros verdaderos sentimientos? ¿De qué nos sirve, si nos causa un dolor que no nos es ni será positivo? ¿De qué nos sirve, si se contradice brutalmente contra nuestros principios? De nada, no sirve de nada.

Por eso he comprobado que desde la cima del orgullo, las cosas tienen un aspecto distinto, un valor diferente. Las rocas que custodian el acceso a esa montaña de hielo, son afiladas y cortantes. Pero una vez en lo alto, comprobé que no duele más el orgullo que el atentar contra nosotros mismos. Eso ocurre cuando faltamos a nuestros principios de honor, a lo que en verdad nos merece la pena, a lo que realmente sentimos por dentro.

A veces he sabido salir de las simas más profundas de mi desilusión y de mi decepción, gracias a la increíble fuerza de mi amor propio. He usado su empuje, esa ira mezclada de indiferencia aparente y de frialdad inmutable, y me he superado en mis momentos bajos asiéndome a ese sentimiento altivo. Lo mismo hice cuando sufrí mis derrotas.

Pero quizás por haber usado en tantas ocasiones esa energía que late con vida propia en nuestro interior, sepa igualmente que, a menudo, no es fácil discernir entre orgullo y soberbia, entre justo e injusto, entre negativo y positivo. Puedo contar con la mitad de los dedos de una mano las veces que me he "tragado mi orgullo" y aún me sobraría alguno.

La última vez fue hace poco.

Pero sé que es cierto que para aquellas personas que somos orgullosas, tan sólo existe un concepto que puede superar esa cima tan difícil de salvar. He comprobado que sólo por amor he hecho que mi orgullo enmudezca en mi corazón.

Pero entiendo, al decir esto, que también es cierto que algunas personas corren el riesgo de confundir el amor que es capaz de hacernos tragar el orgullo, con otro tipo de amor que es en resumen un derivado de la falta de autoestima y va envuelto con cierto halo de masoquismo personal.

Cuanto esto es así, la sensación que nos queda tras la "ofensa" de ceder el gladiador de nuestro orgullo frente a la dulzura del amor, es el de sentirnos víctima ante la circunstancia, o la de que hemos realizado un gran sacrificio porque amamos mucho a alguien y esperamos que se nos tome eso en cuenta. Esperamos una recompensa emocional que jamás llega desde la otra persona, excepto en forma de desprecios o falta de respeto. Es un sacrificio inútil y negativo, porque no nos ayuda a sentir mejor, sino esclavizados a una espiral descendente en la escala de valores humanos. Es degradante a nivel emocional y personal.

La otra clase de sacrificio de orgullo por amor, cuando sentimos ese amor por dentro como verdadero y poderoso como el fuego del sol, no nos rasga el alma, ni tampoco nos hace sentir mal, más allá de la vergüenza inicial al saber que dimos nuestro brazo a torcer. Sabemos que hemos hecho algo inusual, que hemos tolerado y consentido algo que a ningún otro ser humano en las mismas circunstancias habríamos permitido. Pero nos sentimos bien, porque sabemos dentro de nosotros que nos mereció la pena el esfuerzo necesario para subir a la cima del orgullo y pisar sobre él. Es un sacrificio positivo que nos enseña a saber valorar lo que realmente llevamos dentro.

Yo me sé reconocer como a una persona muy orgullosa, que le da mucha importancia al sentido del honor y de la palabra dada. En ocasiones he cometido errores por culpa de mi orgullo. En otras prometí y luego me di cuenta que no mereció la pena mi promesa, pero aún así, la cumplí, por honor y por orgullo y pagué con todas las consecuencias sin quejarme. Soy consecuente con mis errores, porque me merece más pagar por ellos que albergar en mí una conciencia intranquila.

A veces mi propio orgullo me ha servido de impulso para superar situaciones muy adversas o críticas. He sabido eludir la tentación de la soberbia hasta el instante presente. Porque una cosa es ser orgullosos y otra muy distinta ser soberbios. Lo primero es, a menudo, positivo. Lo segundo, un defecto de carácter grave que nos perjudica en todos los aspectos, en el exterior y en el interior de nosotros mismos.

El orgullo se conjuga con el resto de nuestros principios de honor y de nuestros valores morales. La soberbia, se eleva por encima de todo ese conjunto de valores y sólo atiende a su voz. Eso hace del ser humano un pobre espectro infeliz y despreciable por los demás. Es un cáncer emocional muy difícil de extirpar con éxito.

Como dije antes, hace poco subí de nuevo a la cima del orgullo, del mío. Me sorprendía verme a mí misma allí arriba. Pero lo estaba, subí hasta allí. Las cosas, desde arriba del orgullo, tienen otro color, otro sonido, otro valor. Contemplé mi entorno desde aquella altitud y me di cuenta de que sí mereció la pena haber hecho ese esfuerzo. Al margen de que algún día reciba o no una recompensa por pisotear mi orgullo, sé que estaré siempre tranquila en mi conciencia, pues lo hice por amor. No me siento esclavizada, sino liberada, pues sé que hice cuanto podía hacer, incluso caminar sobre mi autoestima. No espero ese reconocimiento a mi esfuerzo. No lo necesito.

Lo que necesito es saber que soy capaz de llegar hasta donde sea preciso si creo en lo que hago. Eso me hace más humana y también más fuerte. Me da seguridad en mis pasos y en mi calidad de sentimientos. Es un sacrificio que me ha merecido la pena, que me ha enseñado muchas grandes cosas, a cambio de un poco de orgullo pisoteado.

Sé ahora algo más de mí que antes no alcanzaba ver con claridad. Sé que ante una situación difícil, puedo responder por mí misma y si para salvar al resto de mi cuerpo he de cortar un trozo de él, sé que lo haría.

Nada es caro si se paga con dinero, solía decir mi abuelo y sé que tenía toda la razón. Cuando nos vamos desprendiendo de las estupideces de la vida, de sus aderezos y máscaras inservibles, nos queda lo esencial y eso no esta en lo material, sino en lo emocional. Por lo tanto, es entonces cuando debemos saber qué es lo que tiene valor y qué es irrelevante.

La brújula del orgullo es un arma poderosa y muy útil si se aprende a controlar adecuadamente, en su balanza precisa entre un extremo y el otro, entre lo positivo y lo negativo.

Yo he aprendido que hay cosas, como el amor o la amistad, que en realidad es lo mismo, que son como el sol y sin su luz ni su calor, el resto de la vida es una sombra triste y oscura que no nos da felicidad alguna. Sé que tengo la fuerza suficiente como para pisar mi orgullo cuando es necesario, cuando es por amor y no por eso caigo en la triste cadena de la dependencia emocional.

Todo tiene un límite y yo sé dónde están los míos

 

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