Desde el fondo del ser

Escrito por
@KOPSI

18/09/2005#N6657

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Los seres humanos, como decía Khalil Gibran al referirse a los niños, “vienen en tamaños y colores surtidos”. Con sus máscaras y sus poses, actitudes y gestos, concreciones y proyectos. Es un heterogéneo grupo de difícil comprensión.

Las verdaderas identidades nos resultan desconocidas, así como sus anhelos, deseos, ambiciones.

Quienes más seguridad aparentan tener son los más sensibles a un gesto amistoso, a una caricia, a una mano francamente extendida, a una sonrisa. Esos que parecen arrasar a su paso con todo lo que encuentran son, generalmente, los más vulnerables. Con falsas apariencias son generadores de situaciones no gratas. No llegan a comprender que si no se siembran alegrías es difícil cosecharlas.

Cada persona es única e irrepetible. Tiene derecho a escoger su propio camino, a elegir su propio destino. Merece interés y respeto. “Cada uno es como es”, y tiene que tener la oportunidad de ser escuchado y no sentir temor a ser calificado.

Es imperativo descubrir la propia verdad, aunque no coincida con la de otro. Todos somos diferentes. Cada uno debe pasar por la experiencia de caer y levantarse. Así, aprender con los errores. Ir madurando y fortaleciéndose con cada tropezón.

Todo forma parte del aprendizaje y del conocimiento de las propias limitaciones y potencialidades. Se adquiere, entonces, la confianza en uno mismo.

Cada individuo debe intentar no vivir “en pose”. No está en un escaparate para la vista de los demás. No es un producto que está a la venta. No debe enajenar su yo interior para comprar, con falsas identidades, la estima de sus semejantes.

Es necesario encontrar diferentes pero auténticas facetas de cada uno, y mostrarlas sin tapujos, sin temor a ser juzgado o reprobado. Es encontrar la coherencia entre el pensamiento más profundo y la acción más evidente.

Es no ofenderse porque los demás no opinen del mismo modo. Es dar la cara sin miedo, enfrentando con valentía las vicisitudes que se presentan en la cotidianeidad. Todo ello por amor a la vida, que es un preciado don que no tiene tan larga duración.

Cada día se presenta como una incierta aventura que se va resolviendo o acomodando con el transcurso de las horas. Lo imprevisto está a un paso, pero con madurez se supera, enfrenta, resuelve.

Los errores, los fallos, los aciertos, los logros. Todo ello va formando parte del pasado, nutriendo el presente, matizando los proyectos del mañana. Y el futuro es más incierto que el presente, porque no puede planificarse. Simplemente, deviene.

Habrá altibajos, instantes de felicidad y momentos de angustia, sensaciones de agobio y de levedad. Etapas de tranquilidad y de incertidumbre. Pero esas dicotomías forman la existencia de cada uno y constituyen, a fin de cuentas, la mochila con que se va enfrentando cada día. Su peso depende de cómo se capitalizan las experiencias de vida.

Hay que aprender a vivir con alegría: Riéndose de uno mismo antes que de otros. No temiendo al dolor, porque es parte de la vida misma. No hay caminos totalmente sembrados de rosas ni tampoco enteramente cubiertos de espinas. Aún de lo negativo se extraen enseñanzas positivas.

El preocuparse por dejar magníficas obras para la posteridad no ha de ser una prioridad. En la historia de la humanidad, ninguno de los “grandes” se propuso serlo. Hay que reflotar la estirpe de luchadores, pues todos lo somos. Sobrellevar circunstancias adversas sin bajar los brazos, dando batalla.

Quizás muchos nos tomen de ejemplo. Puede que otros aprendan de nuestros errores. Lo más probable es que sólo nos recuerden nuestros allegados. De nosotros depende que sea con una sonrisa, señal de que no todo lo hecho estuvo mal.

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