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@KOPSI

15/02/2006#N8097

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Luis aspiró su cigarrillo y entrecerró los ojos. Observó el ondulante y ascendente movimiento de la voluta de humo. Dejó de prestar atención a lo que ocurría a su alrededor. Quiso concentrarse para hacer lugar en su mente para las vivencias y recuerdos del ayer, creando al mismo tiempo espacios para los mañanas.

Apoyó la espalda en el respaldo de la silla, y se prometió estar calmado para hacer un balance racional de los pro y contra de la trascendente determinación que iba a poner en práctica. Sabía que no debía improvisar cuando hablase con los suyos, sino que era necesario elegir bien las palabras para hablar claramente, sin dejar lugar a dudas.

Ésta era una faceta de su personalidad que nunca había mostrado antes. Era el debut, y estaba estrenando prácticamente la toma de decisiones que afectarían su futuro y su forma de vivir. Antes procedía de modo tal de conformar a los demás, relegando sus inclinaciones naturales, procurando ganarse la aceptación de los demás, aún a costa de relegar, quizás indefinidamente, sus deseos. El paso de los años lo sorprendió con una sensación de vacío interior y demasiada insatisfacción. Eso es lo que impulsó la voluntad de cambio.

En su infancia tranquila, satisfechas sus necesidades elementales, se sentía diferente a otros niños. No se interrelacionaba fácilmente, por lo que prefería leer antes que compartir espacios de juego.

No podía recordar falta de paciencia o dedicación por parte de sus mayores, aunque sí incomprensión. Esas miradas extrañadas o curiosas, acompañadas de una mueca, que seguían su caminar.

En la etapa escolar, las burlas que sufría en las aulas y recreos apenas se atenuaban por las voces cariñosas de sus maestras, siempre dispuestas a consolarlo. Sin embargo, la crueldad de las bromas que lo afectaban tan profundamente, dejaron cicatrices que de vez en cuando sangraban. Más de una vez deseó tener más carácter y fuerza física para poner a los demás en su lugar.

Eso es pasado, musitó Luis en voz baja. Y repitió como en una letanía: “pasado, pasado, pasado”. No pudo menos que recordar que su padre no lo amparaba cuando recurría a él buscando protección y ayuda. Se limitaba a repetirle con rudeza que “a golpes se hacen los hombres”. Entonces, ¿qué podía esperar de los demás?

Inmerso en el círculo vicioso de la tristeza y la impotencia, sabía que a esa temprana edad no podía modificar sustancialmente las cosas. Fue así como prefirió estar solo. Queriendo alejar para siempre esos momentos, cerró con fuerza los ojos y movió la cabeza.

Cuando llegó a la mayoría de edad comunicó a su entorno, no sin temor, que abandonaba la casa familiar. Se sorprendió cuando leyó en la mirada de los suyos un gran alivio. Había creído, ingenuamente, que intentarían convencerlo de que se quedase. No por ello cambiaría de idea, pero al escuchar algún argumento en contra de su proyecto se hubiese sentido amado. El saberse importante en sus vidas hubiese elevado su autoestima.

Más nada de eso ocurrió. Ante la cruda realidad decidió ser rápido pero claro. Informó que había alquilado un departamento para vivir, y les dio la dirección. También dijo que había pedido turno para ver a un famoso cirujano plástico. Que estaba absolutamente seguro de querer seguir adelante, porque no dudaba que de ese modo se reencontraría consigo mismo.

Luis/a aspiró su cigarrillo y entrecerró los ojos. Observó el ondulante y ascendente movimiento de la voluta de humo. Abrió y cerró con fuerza los párpados. Ya no más, pensó, nunca más. Ese pasado no añorado no irrumpiría en su presente.

Habían transcurrido unos meses desde que se había mudado. Había concretado sus anhelos. Lo soñado desde siempre ya era realidad.

Con la cabeza en alto y una auténtica sonrisa en su cara, entendió que Luis/a había hecho a un lado a Luis para siempre. Se sintió un poco Dios al enmendar un error de la Naturaleza. Los silenciosos reproches de su familia no iban a afectar el genuino estado de plenitud que vivía por agregar tan sólo una vocal a su nombre.

 

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