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@HELSA_1

22/04/2006#N9301

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Cuentan que una bella princesa estaba buscando consorte.
Aristócratas y adinerados señores habían llegado de todas
partes para ofrecer sus maravillosos regalos. Joyas,
tierras, ejércitos y tronos conformaban los obsequios para
conquistar a tan especial criatura.

Entre los candidatos se encontraba un joven plebeyo, que no
tenía más riquezas que amor y perseverancia. Cuando le llegó
el momento de hablar, dijo: "Princesa, te he amado toda mi vida.
Como soy un hombre pobre y no tengo tesoros para darte, te
ofrezco mi sacrificio como prueba de amor... Estaré cien días
sentado bajo tu ventana, sin más alimentos que la lluvia y sin
más ropa que la que llevo puesta... Esa es mi dote...".

La princesa, conmovida por semejante gesto de amor, decidió
aceptar: "Tendrás tu oportunidad: si pasas la prueba, me
desposaras".

Así pasaron las horas y los días. El pretendiente estuvo
sentado, soportando los vientos, la nieve, y las noches heladas.
Sin pestañar, con la vista fija en el balcón de su amada, el
valiente vasallo siguió firme en su empeño, sin desfallecer un
momento.

De vez en cuando la cortina de la ventana real dejaba
traslucir la esbelta figura de la princesa, la cual, con un
noble gesto y una sonrisa, aprobaba la faena. Todo iba a las mil
maravillas. Incluso algunos optimistas habían comenzado a
planear los festejos.

Al llegar el día noventa y nueve, los pobladores de la zona
habían salido a animar al próximo monarca. Todo era alegría y
jolgorio, hasta que de pronto, cuando faltaba una hora para
cumplirse el plazo, ante la mirada atónita de los asistentes
y la perplejidad de la infanta, el joven se levantó y, sin
dar explicación alguna, se alejó lentamente del lugar.

Unas semanas después, mientras deambulaba por un solitario
camino, un niño de la comarca lo alcanzó y le preguntó
a quemarropa: "Qué fue lo que te ocurrió?.. Estabas a
un paso de lograr la meta...Por qué perdiste esa oportunidad?
.. Por que te retiraste?..."

Con profunda consternación y algunas lágrimas mal disimuladas,
contestó en voz baja: "No me ahorró ni un día de sufrimiento
..Ni siquiera una hora... No merecía mi amor"...

El merecimiento no siempre es egolatría, sino dignidad.
Cuando damos lo mejor de nosotros mismos a otra persona,
cuando decidimos compartir la vida, cuando abrimos nuestro
corazón de par en par y desnudamos el alma hasta el último rincón,
cuando perdemos la vergüenza, cuando los secretos dejan de serlo,
al menos merecemos comprensión.

Que se menosprecie, ignore o desconozca fríamente el amor
que regalamos a manos llenas es desconsideración o, en el
mejor de los casos, ligereza.

Cuando amamos a alguien que, además de no correspondernos,
desprecia nuestro amor y nos hiere, estamos en el lugar
equivocado. Esa persona no se hace merecedora del afecto que
le prodigamos.

La cosa es clara: si no me siento bien recibido en algún
lugar, empaco y me voy. Nadie se quedaría tratando de agradar
y disculpándose por no ser como les gustaría que fuera.
No hay vuelta de hoja.

En cualquier relación de pareja que tengas, no te merece
quien no te ame, y menos aun, quien te lastime. Y si alguien
te hiere reiteradamente sin "mala intencion", puede que te
merezca pero no te conviene.


 

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