Ceguera y lascivia

Escrito por
@TUPINAMBIS

12/01/2005#N4996

0 Actividad semanal
9 Visitas totales

Desde que entró al pub le incomodó la actitud de ese hombre; pudo notar que parecía dedicado a observarla con insistencia, pese a la penumbra que lo envolvía.
Había en él un aire de chocante suficiencia; parecido, aunque no tan marcado como en N.N. ¡Ese maldito! ¿Por qué serán así los hombres?
Se dio cuenta de que no tenía muy en claro qué era lo que más le incomodaba, si cuando están siempre pendientes de la cama reclamando como animales, o cuando arrugan, -porque arrugan esos súper-machos-; o cuando pasan de ahogarse en la insatisfacción, en la rutina, a "vamos a intentar recomponer el matrimonio"; ese que anteayer nomás les importaba un bledo.

No voy a llorar, se prometió; y sintió transformarse en rabia la tristeza que subió hasta su garganta.
-¿Me trae otro, por favor? Sí, cortado. Pero, ¿por qué me sigue mirando?-
Recordó que desechó retocarse el maquillaje. ¿Para qué? Si el infeliz no vendría. ¡Qué huacha! ¡Terapia familiar! ¡Pero que se lo quede! Si es tan pollerudo que lo guarden bajo la pollera.

Debo estar hecha un desastre pero creo que ya es suficiente, cortala con mirarme, che; no soy un payaso ni estoy en exhibición, caramba, pensó malhumorándose.
-Azúcar por favor, sí... gracias ...-
Para qué cuidar la línea? ¡Qué estúpida que fui! ¡Vamos a luchar juntos contra los rollitos! Y me creí el cuentito de la falta de apoyo en los picos de ansiedad, -yo te voy a cuidar como te merecés-, le había dicho; ¡Qué boluda que fui, Dios mío, yo no aprendo más! Y terminamos en esto.

¡Ah, se me ha subido la pollera! Entonces es eso lo que mira el baboso. ¿ Qué se piensan algunos? ¿Que somos un churrasco en la carnicería o un pollo rotizado? ¡Baje la vista, insolente!, hubiera dicho la rectora del Sagrado Corazón.
¿Por qué no va a mirarle las piernas a su mujer? ¡Fuck you! murmuró; mientras con disimulo, esgrimió el gesto característico.
Recordó cuánto alababa él sus piernas. Una leve satisfacción de vanidad principió a invadirla, -no ignoraba el atractivo de su
minifalda-, pero su desagrado en aumento terminó por imponerse.

¿Qué hizo ahora? Se puso anteojos... no te puedo creer; se puso anteojos oscuros y me sigue mirando el muy caradura.

Escuchó que el hombre preguntaba al mozo en voz alta, como si quisiera que todos oyeran, si había visto la exhibición. Y la sonrisa afirmativa de éste, junto con una frasesita dicha por lo bajo al pasar para que sólo oyera el guarango, formaron su convicción de estar ante una "conversación masculina".

Ahora estaba furiosa. El mozo atendía otras mesas, absorbido en su trabajo; daba la impresión de que su participación en la jarana fue sólo circunstancial, pero el otro, -el patán-, desde esos pozos negros de lascivia, de provocación indecente, seguía escrutando su figura amparado en el disimulo que le brindaban sus cristales. Se sintió asqueada. -¡No tengo por qué soportar esto!- se dijo, mientras restregaba su frente con su mano.
A su mente vino la cara de N.N., cuando discutieron, el momento en que ella abandonó el restaurant indignada pero satisfecha de haberse desquitado, y algo la impulsó a revivirlo.
-Mozo, la cuenta, ... quédese con el vuelto. -¡Gracias, señora!

Se dirigió al baño. Al ascender las escaleras, le pareció sentir la oleada de lujuria que el movimiento del ridículo rostro, con anteojos de sol en la noche del pub, expresaba en seguimiento de sus pasos.
Volvió inmediatamente y rápido se dirigió al mozo, quien agradecido por la interesante propina, fue manipulado sin dificultad.
-Una araña en el baño? Disculpe señora, ahora mismo me ocupo.-

Y mientras el mozo buscaba en el baño la inexistente araña, mientras los anteojos observaban vacilantes hacia la escalera y hacia ella que no subió esta vez, mientras los pocos clientes se hallaban sumergidos cada quien en su frasco, se acercó al miserable con fingido distraimiento y tomando el mantel por un extremo, tiró de él fuertemente derribando vasos, vajilla y algo más, como aquella vez, con N.N. en el restaurant.
Se alejó con presteza hacia la calle, hacia el taxi salvador en el semáforo, ignorando el ¡ No! del vulgar pedante, rodeada del "no te metás" porteño.

Qué pasó, -dijo sin preguntar- el primer policía que bajó de la patrulla;
-una mujer le rompió al ciego las estatuillas de la exhibición-, respondió el mozo; me alejó diciendo que había una araña en el baño y cuando regresé el mantel estaba en el piso y el ciego deshecho. Se fue muy rápido. No, no fue pagadios, pagó primero.

El sargento primero acarició su barbilla mientras sus ojos recorrían el lugar;
vio restos de vajilla por el piso y el mantel fuera de la mesa,
vio la actitud del mozo entre estupefacta y compadeciente,
vio a lo lejos al ciego que esa tarde había inaugurado la exhibición de sus estatuillas,
vio la mirada huidiza de todos los presentes
y salió rápidamente del compromiso: "agente, levante un acta por daño; autor, N.N. femenino."

En un rincón, el ciego sollozaba sin consuelo.

 

Comentarios

Aún no hay comentarios. Iniciá una conversación acerca de este tema.